Abrí los ojos al mundo y te vi, infinitamente tierno; balbuceé un papá como primera palabra y lloré tus ausencias obligadas cuando el deber lo impuso.
Me acostumbré a tu rostro varonil y serio, a tus brazos fuertes que me protegían, tal vez demasiado, a tu uniforme verdeolivo, que despertaba mi curiosidad infantil.
De tu mano aprendí los primeros pasos, con la seguridad y estabilidad de tu presencia y compañía.
Allí estuviste, siempre a mi lado, en las primeras letras, en las quejas escolares por mi locuacidad y en las felicitaciones por el desempeño pioneril.
También permaneciste en los momentos difíciles, en los triunfos, en las decisiones...
Cuánto ejemplo se resume en quien nunca impuso nada, solo sugirió o aconsejó.
Que enérgico orgullo me hizo sentir tu entrega al trabajo, hasta los 78 años de edad, el respeto y la consideración de tus colegas, y ese inmensurable amor por la Patria y la Revolución.
Ya no estás físicamente entre nosotros, pero aún guías mi existencia, pues por igualarte, por ser honesta y cabal como tú, vivo y respiro.
A ti debo cuanto soy y tengo, a ti PADRE único, verdadero.
Llegue simbólicamente hasta tu mejilla mi beso, que personifica el de miles de hijas.
jueves, 17 de noviembre de 2011
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