jueves, 28 de octubre de 2010

Camilo, nuestro Camilo

Hoy amaneció el cielo más brillante. El aire, como una tenue brisa acaricia los rostros de miles y miles de bayameses, de cualquier edad.
La calle Martí se inundó de personas que flores en mano madrugaron para rendir el más merecido de los tributos a Camilo Cienfuegos, el hombre de las mil batallas que pasó a la historia por su bravura, por su amplia sonrisa y por su sombrero alón.
Hace 51 años, luego de cumplir una importante misión en Camagüey, abordó una avioneta rumbo a La Habana, y nunca llegó, desapareció en el mar, pero quedó entre nosotros, para convertirse en uno de los más imperecederos ejemplos de la Patria.
No pude conocerlo personalmente, cuando nací, el 20 de noviembre de 1959, hacía una decena de días que había desaparecido físicamente, pero sí supe de él desde siempre, por las anécdotas contadas por mi padre, compañero de Camilo en el Ejército Rebelde; por las clases de Historia de Cuba, por la prensa, por mi tía Nelda, quien fuera su compañera de trabajo en la tienda El Encanto,… en fin, por su legado.
Las aguas del río Bayamo visten hoy un multicolor atuendo, de margaritas, rosas, azucenas, siemprevivas, madreselvas, amapolas, nardos…. y repiten como un eco “Gracias Camilo, por haber existido y por ser cubano”.
Hoy es un día especial, miro y veo a mi alrededor su rostro aguileño, su espesa barba, sus ojos límpidos y hermosos, su dentadura blanca y pareja, su pelo lacio y ralo sobrepasando los hombros; veo esa sonrisa encantadora, capaz de atrapar a los niños; veo, a Camilo, a nuestro Camilo.

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