Cuando el recuento obligado llega, y nos detenemos a meditar, nos damos cuenta cuánto ha pasado el tiempo.
Ya suman 58 años de aquel acontecimiento que resultó la llave definitiva para abrir la puerta de nuestra total independencia: el asalto a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953.
Pero aunque tiene relación con el asunto, el tema de estas líneas es esa hermosa familiaridad que somos capaces de lograr los cubanos, ante cualquier efeméride o evento.
En mi cuadra, más específicamente en mi Comité de Defensa de la Revolución, la conmemoración de la fecha nos unió y nos reunió. Ninguna mano fue vacía, los sabrosos dulces caseros, las frutas, los licores de casa, en fin todas esas sabrosuras que las amas de casa somos capaces de hacer con un mínimo de recursos, pero con inmenso amor, adornaron una mesa larga y ancha.
Ni qué decir de la caldosa, ese invento tan cubano que es el resultado de las carnes, las viandas, las bolitas de maíz y las especias (recogidas de casa en casa).
Pero lo esencial fue que nos juntamos a celebrar el acontecimiento, reímos, charlamos y hasta bailamos.
Intercambiamos criterios sobre la vida, la economía, el mundo todo.
Resumiendo, solo puedo decir ¡Qué noche¡
martes, 26 de julio de 2011
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